Este juego que se llama amar.
Estábamos los dos mirándonos a la distancia, sabíamos que nos deseábamos pero ninguno se atrevía a dar el primer paso. Yo te miraba y observaba detenidamente tu forma de reír, tu sonrisa, tu manera de mirar, tus ojos, estaba más que claro que no podría esperar mucho, que tarde o temprano mi ansiedad me iba a delatar.
Pasaban los días y no hacías nada, era difícil contenerme teniéndote a mi lado, hasta que decidí no esperar más. En frente de mí estaba el hombre correcto, en frente de mí estaba el hombre que hizo crecer este fuego. Di un paso hacia él y acerqué mi rostro al suyo lentamente, podía sentir su respiración, él estaba tranquilo. En cambio la mía se agitaba rápidamente y mi corazón se aceleraba a tal velocidad que no solo sentí que se me iba a salir del pecho, si no que llegué a pensar que él lo podía escuchar.
Tomé su cara por el mentón con mi mano derecha y lo acerqué a mi para poder darle un beso. Él no se negó y comenzó a besarme los labios. Sus manos acariciaron mi espalda y brazos mientras que mi mano derecha llegó hacia su cuello aferrándolo con fuerza para que no se despegara. Podía sentir como sus manos bajaban y subían por mi espalda, lograban que me estremeciera de tal forma que necesitaba sentirlo aún más cerca.
Lo miré a los ojos para ver si me decía algo, pero él solo se acercó para olerme el cuello y besarlo despacio. Desconcertada lo aparté de mi y me di cuenta lo que estaba haciendo, él me miró y me dijo: no pares, por fin la mujer que amo está a mi lado haciéndome sentir libre y sin miedo a expresarlo.
Estaba claro, ambos sentíamos lo mismo, no podía dejarlo pasar. Los besos cada vez se fueron haciendo más intensos y el fuego crecía para querer ser extinguido. Lo empujé hacia la cama y me coloqué sobre él para desabrocharle la chaqueta que tenía puesta.
Lo tomé de la corbata para sentarlo en la cama y quitársela de encima y proceder a quitarle la camisa. Nuestra respiración se hacía una junto con nuestro latir acelerado por la excitación del momento. Él con el pecho descubierto me abrazó por la cintura e hizo una maniobra que ni yo puedo describir para darme vuelta quedando él sobre mí.
Pasaban los días y no hacías nada, era difícil contenerme teniéndote a mi lado, hasta que decidí no esperar más. En frente de mí estaba el hombre correcto, en frente de mí estaba el hombre que hizo crecer este fuego. Di un paso hacia él y acerqué mi rostro al suyo lentamente, podía sentir su respiración, él estaba tranquilo. En cambio la mía se agitaba rápidamente y mi corazón se aceleraba a tal velocidad que no solo sentí que se me iba a salir del pecho, si no que llegué a pensar que él lo podía escuchar.
Tomé su cara por el mentón con mi mano derecha y lo acerqué a mi para poder darle un beso. Él no se negó y comenzó a besarme los labios. Sus manos acariciaron mi espalda y brazos mientras que mi mano derecha llegó hacia su cuello aferrándolo con fuerza para que no se despegara. Podía sentir como sus manos bajaban y subían por mi espalda, lograban que me estremeciera de tal forma que necesitaba sentirlo aún más cerca.
Lo miré a los ojos para ver si me decía algo, pero él solo se acercó para olerme el cuello y besarlo despacio. Desconcertada lo aparté de mi y me di cuenta lo que estaba haciendo, él me miró y me dijo: no pares, por fin la mujer que amo está a mi lado haciéndome sentir libre y sin miedo a expresarlo.
Estaba claro, ambos sentíamos lo mismo, no podía dejarlo pasar. Los besos cada vez se fueron haciendo más intensos y el fuego crecía para querer ser extinguido. Lo empujé hacia la cama y me coloqué sobre él para desabrocharle la chaqueta que tenía puesta.
Lo tomé de la corbata para sentarlo en la cama y quitársela de encima y proceder a quitarle la camisa. Nuestra respiración se hacía una junto con nuestro latir acelerado por la excitación del momento. Él con el pecho descubierto me abrazó por la cintura e hizo una maniobra que ni yo puedo describir para darme vuelta quedando él sobre mí.
El hombre que encima de mi estaba, retiró cuidadosamente el velo que tapaba levemente mi cuerpo y me besó desde el ombligo hasta mi boca en linea recta. Los besos eran suaves, tiernos, delicados... Se notaba un respeto hacia mi persona.
Mientras, yo, con mis ojos cerrados... imaginaba lo que sería una vida junto a él, lo que a él le gustaría que le hiciera y lo bien que me sentía sabiendo que era él quien gozaba mi cuerpo y no otro.
Al llegar a mi oreja, la mordió levemente y susurró: gracias a ti he aprendido a amar. No podía esperar más... mi amor era incontrolable, incondicional... Lo observé detalladamente y le acaricié la cara con ambas manos... no quería soltarlo, no quería que esto se acabara... y derrepente..
desperté del sueño con ganas de que hubiese sido cierto.