23 de febrero
La urgencia de tener que vomitar todo lo que siento para bajar la ansiedad, el nerviosismo y ordenar mi mente se hace tan grande que mírame, ya estoy de vuelta en este medio para desahogarme.
¿Por qué eres como mi droga? ¿Por qué cada vez que te veo, después me siento en abstinencia? Me carga, porque me hace extrañar algo que no extraño en mi día a día. Me hace querer estar en un lugar en el que no quiero estar. Me hace recordar momentos que me rompen en mil pedazos y hacen que la angustia vuelva a aparecer.
Pero ayer cuando te vi a los ojos, cuando sentí ese abrazo reconfortante y tu olor... Tus pecas... Me sentí en casa, me llenó de euforia y quedé hiperaciva por muchísimo rato, tal como las drogas actúan en el cuerpo de un sobrio.
Lo que no entiendo es como si por primera vez en mucho tiempo te pude ver con una sonrisa en la cara, te pude ver con el corazón tranquilo y en paz, me carcome la mente pensar que desde que ya no nos vemos mi vida está en modo avión...
No he podido sentir nada fuerte por nadie, no conozco a nadie que me llene, ni me interesa comenzar algo.
Es en tus ojos donde mi corazón se acelera, en tu abrazo donde mi cuerpo se desploma y en tu olor donde me lleva a cada viaje que hicimos con el viento en nuestros cuerpos. Y todo esto lo cayo, no me da para contarle a nadie porque sé que me van a decir y la verdad no quiero seguir escuchando.
Y lo peor de todo, es que a pesar de todo eso, dudo de cada palabra que sale de tu boca, cada gesto que tienes hacia mi y eso es lo que más pesa, lo que más duele.
Como puedes querer tanto a una persona y aún así no poder creerle nada. Como puedes sentir tanto por alguien y aún así no quererla de vuelta en tu vida. Como puedes lamentar tanto una situación.